El relojero de Mauthausen
Publicado de Joaquín de Jáudenes Ortuño en Historia de Hellín · Miercoles 23 Dic 2020 · 2:00
A raíz del acuerdo municipal para nominar una plaza como la de los Hellineros en Mauthausen y otros campos, y cuando se han cumplido 75 años de la liberación del conocido por los propios alemanes como el campo de los españoles, bueno será recordar la figura de algunos de los antepasados que penaron en aquel infierno, como es el caso de José Carreño, conocido como El Relojero de Mauthausen, oficio que había aprendido en Hellín con Paco, que tenía una relojería en la plaza del Mercado.Carreño, que nació el 9 de febrero de 1918 en Minateda y falleció en la localidad francesa de Puteaux el 19 de febrero de 2011, dijo que «si existe el infierno, Mauthausen lo supera». Penó en el campo nazi desde 1941 hasta que fue trasladado al de Gusen, de donde fue liberado el 5 de mayo de 1945. Escribió un manuscrito relatando lo que le tocó sufrir junto a miles de detenidos de distintos países, en manos de quienes sembraban el odio y crearon un infierno en la tierra, que llamaron campos de concentración. Hasta su muerte luchó por mantener viva la memoria del horror que le tocó vivir y de sus compañeros y amigos asesinados.El hellinero de Minateda que, como tantos otros republicanos, huyó a Francia y, tras muchos avatares, con la participación en la II Guerra Mundial incluida, pasó por distintas prisiones, como la de Klagenfurt en Austria, antes de pasar por el infierno. En primer lugar, en el campo de Buchenwald, al que llegó «en una calurosa tarde de agosto de 1941», tras recorrer 750 kilómetros en tren con un nutrido grupo de prisioneros, 22 de ellos españoles (solo seis sobrevivieron).Al llegar a la ciudad de Weimar les estaban esperando para trasladarlos a pie hasta el campo de concentración «en la cabeza de la columna se situaron cuatro soldados con armas automáticas (...) no nos permitían salir de la formación para poder caminar más desahogadamente y si lo hacíamos, a puntapiés y golpes de fusil nos hacían colocarnos en el interior», seguidos por soldados y «enormes perros de presa que, a veces, nos muerden la ropa».